¿El deseo de tener un hijo pasa por el Nombre-del-Padre o puede prescindir de él?
Si el padre simbólico siempre ha hecho función de ley, – es “el significante que apoya la ley, que promulga la ley” [1] – la noción del padre real es sin duda el punto de inflexión que le da una función completamente diferente, especialmente, la que consiste en ver en el Nombre-del-Padre, una nominación de lo real. El padre imaginario, nombrará las versiones del padre que cada uno se escribe, al estar tomado en su relación, siempre sintomática, con su propio padre o su sustituto.
Deseo de tener un hijo y fantasma de dar a luz
El deseo de tener un hijo nunca ha sido tan comentado por los hombres como a principios del siglo XXI. Se lo cuestiona a la luz del compromiso, no hacia el partenaire con el cual el niño será concebido, sino hacia el hijo mismo. Por lo tanto, se constata que hay un deslizamiento del deseo de tener un hijo, atribuido siempre a las mujeres, hacia un deseo de hijo masculino, los dos parecen constituirse según la forma dada por Freud cuando escribe la ecuación niño= falo.
Esta falicización del objeto niño indica que hoy en día, debido a la caída de los semblantes fálicos en el hombre, hay un trasplante de ese deseo de hijo femenino a todo hombre. Tanto si se trata de hacerse responsable de un niño por nacer, como de actuar como padre ideal, revela una forma de equivalencia entre los sexos: la cuestión es reparar la castración imaginaria o suplementarla. El deseo de tener un hijo viene como respuesta a la deflación fálica en el discurso actual. También da una idea del fantasma masculino de embarazo, tal y como Lacan dice en los Escritos [2] y que viene a ilustrar ese punto de concordancia del deseo masculino de tener un hijo con dicho deseo femenino.
Este cambio es tanto más evidente en cuanto que hoy hay una nueva forma de nombrar a la pareja conyugal, que ha desaparecido del discurso, para ser reemplazada por la pareja parental. Esta última, ya no está constituida por un padre y una madre, sino por dos progenitores, el progenitor 1 y el progenitor 2, indicando así la desidentificación sexuada de la pareja parental. Estas sustituciones de significantes indican que ya no hay diferencias entre hombres y mujeres, ni en el plano de la designación del género, ni en el plano de las atribuciones simbólicas, como los cuidados y la protección del lado materno y los roles de autoridad y transmisión del saber del lado del padre. Éstos desaparecen en favor de una mayor responsabilidad compartida. La consecuencia es la puesta en tensión de los efectos de rivalidad entre los progenitores en el ejercicio de su función. Una vez más, hay una forma de deslizamiento de la posición paterna sobre la posición materna que desestructura los antiguos modelos educativos en la vida de familia y viene a situar cierta confrontación imaginaria en las relaciones de la pareja parental. El niño es entonces un objeto de amor que se disputa, que incluso se arranca o que se roba. De objeto a compartido, se vuelve Uno-compartible, trozo de real obtenido de la pareja parental imposible.
El padre-espermatozoide
Si el deseo de tener un hijo ocupa un nuevo lugar en la relación de los hombres con su pareja, es también porque la ciencia ha relegado su participación a ser sólo un espermatozoide al servicio del orden maternal. De hecho, la nueva ley sobre la procreación, otorga al deseo de tener un hijo un estatuto inédito, ya que se da por sentado que una mujer sola puede realizar su deseo de tener un hijo, sin la ayuda de ningún hombre, salvo bajo la forma de un banco de esperma.
Por consiguiente, el niño puede tener como padre un espermatozoide congelado, recibido por correo y cuyo uso permitirá a una mujer devenir madre. Si hay efectivamente un hombre detrás del cristal, solo existe por el don que hace de su genética. Quedará solo un espermatozoide, trozo de real programado para engendrar. Aquí, el deseo de tener un hijo toma la forma de un servicio prestado a la persona. También podemos ver aquí una reparación imaginaria bajo la forma de un don, especie de ideología del Nombre-del-Padre como uso altruista. Esta deflación del padre a su espermatozoide ya había interrogado a Lacan que definía al padre real, en oposición al padre simbólico, por el espermatozoide, diciendo que “a nadie se le ocurrió nunca decir que era hijo de tal espermatozoide “[3].
En 1970, esto parecía improbable, pero en 2021, el real del padre pasó la barrera del imposible. La ciencia utiliza su saber-hacer para satisfacer las demandas de hijos que recibe. El padre reducido a su espermatozoide responde y toma un nuevo valor. Es a partir de ello como una mujer puede creer en la relación sexual que se escribe. La ciencia cree en ello, como también cree en el imaginario del padre y en su simbolización cuando propone que el padre-espermatozoide pueda ser conocido por el niño, queriendo así simbolizar lo real del padre, en un eventual encuentro. Es cierto que el debate está abierto sobre si conocer su substancia genética es crucial para constituirse como sujeto. Digamos que hoy hay un delirio sobre la genética que sería el nuevo Nombre-del-Padre de nuestros hijos, que tengan un padre simbólico que haya cuidado de ellos, sigue siendo necesario pero no suficiente. La transmisión genética, de lo real, tiende a querer ser predictiva y, por lo tanto, simbolizable. El cuerpo parece ser una inscripción ilegible sin este nuevo lazo a la paternidad. El espermatozoide es el S1 de este nuevo de tipo de progenitor. No obstante, el envoltorio corporal está presente en la forma de los caracteres físicos del padre-espermatozoide, que son la altura, el color de los ojos y de la piel. Así, a partir de lo real, el espermatozoide consiente a hacerse portador de una reseña que lo particulariza. ¿Quiere esto decir que después de haber querido desvestir al padre de sus semblantes, de haber hecho de él un producto que se elige por catálogo, se busca imaginarizarlo con un mensaje sobre los genes que transmite? ¿Aumentaremos un día la reseña con una argumentación sobre su historia, sus facultades intelectuales, y sus modos de gozar?
Así, la maternidad atraviesa todos los obstáculos ligados al encuentro de los cuerpos. La ciencia provee al acompañar a las mujeres en su proyecto de tener un hijo. Lo que forcluye queda a cargo del tiempo.
Sobre el plano imaginario, el padre- espermatozoide puede ser cualquier hombre tomado de la historia maternal de sus amores, aunque éstos hayan sido decepcionantes o imposibles. Así, el padre de la que quiere convertirse en madre, ocupa probablemente el primer lugar en estas nuevas filiaciones, el fantasma edípico al servicio de su posición. Otros pueden venir a ocupar esta función en el imaginario femenino, un hermano, un primo, un tío, y también el analista. La experiencia analítica es discreta sobre este tema, después de Breuer. Pero los niños siguen naciendo bajo transferencia. “Una muy bien puede darle un hijo a su marido y que sea hijo de otro cualquiera, precisamente de quien ella hubiera querido que fuese el padre, aunque no haya jodido con él. De todas formas, si han tenido un hijo ha sido por esta causa.” [4] Esta frase de Lacan viene a contrarrestar su posición inicial que hace que “la atribución de la procreación al padre no puede ser efecto sino de un puro significante, de un reconocimiento no del padre real, sino de lo que la religión nos ha enseñado a invocar como el Nombre-del-Padre.” [5]
Estas diferentes circunstancias de la paternidad abren el debate sobre la cuestión del padre real, del padre imaginario y simbólico que podrán leerse a partir de tres rúbricas de la clínica actual:
Familias fragmentadas
El niño es el objeto que hace existir la familia. Está en el lugar del objeto precioso y deseado hasta el momento de la disolución de la pareja parental que lo reenvía a la ruptura de la familia parental. De la familia monoparental a la familia recompuesta, los cambios de la familia se abren a combinaciones infinitas, introduciendo lo múltiple en la estructura primaria. Que se trate de adopción, de recomposición familiar, de convivencia o de tenencia compartida, la familia padece mutaciones que dan cuenta de una evolución que marca “la evaporación del padre” [6], cicatriz dejada por el declive del Nombre-del-Padre.
Nuevas filiaciones
Éstas derivan de la fragmentación familiar. Mientras que hay un real al cual todo parlêtre se enfrenta, – no haber elegido a sus padres es un daño o una ganancia de la vida y fija un destino -, las nuevas familias favorecen encuentros que harán que un niño pueda elegir nuevos padres de adopción, incluso relegar a los suyos propios a la herencia de los muertos vivos. El encuentro contingente de los adultos dispuestos a fundar una nueva forma de familia, crea a menudo un lazo de afecto privilegiado entre co-padres e hijos. Así, la parentalidad sigue la curva de los encuentros de los Unos-todo-solos. Se trata de una preferencia dada a la contingencia y sus invenciones más que a la fijeza del orden familiar, lo que marca el impacto de lalengua que permite el anudamiento.
Novela familiar
La fragmentación de la familia da lugar a nuevas escrituras de la novela familiar. Si Freud descubre su función de separación, -imaginarse en otra familia permite despegarse del amor parental-, es evidente que hoy, esta separación se vive a menudo en la realidad. Por lo tanto, la novela familiar se escribe de otra manera. El niño ya no se imagina liberado del yugo familiar soñando con una familia más cariñosa o menos represiva. Por el contrario, en el exceso de goce ofrecido por la libre elección de los padres, la novela familiar envejece repentinamente. Algunos niños sueñan con una vida fácil, como era antes en la que cada uno no cambie de lugar. Inventarse otra versión de la familia implica tomar a su cargo los cambios ligados a sus nuevos destinos.
Fotografìa : ©Dominique Sonnet
Traducción: Micaela Frattura
Releído: Marta Maside
[1] Lacan J., Le Séminaire, livre v, Les Formations de l’inconscient (1957-1958), texte établis par J.-A. Miller, Paris, Seuil, coll. Champ Freudien, 1998, p. 146.
[2] Lacan J., « Fonction et champ de la parole et du langage en psychanalyse » (1953), Écrits, Paris, Seuil, coll. Champ Freudien, 1966, p. 315.
[3] Lacan J., Le Séminaire, livre xvii, L’Envers de la psychanalyse (1969-1970), texte établis par J.-A. Miller, Paris, Seuil, coll. Champ Freudien, 1991, p. 148.
[4] Ibid.
[5] Lacan J., « D’une question préliminaire à tout traitement possible de la psychose » (1958), Écrits, Paris, Seuil, coll. Champ Freudien, 1966, p. 556.
[6] Lacan J., « Note sur le père », La Cause du désir, n°89, mars 2015, p. 8.