La paternidad se encuentra a veces con una pregunta candente de la que se hace eco el libro de Daniel Mendelsohn, L’étreinte fugitive[1]. ¿Qué produce, para un hombre, la llegada al mundo de un hijo? ¿Qué enigma se aloja en el seno de la familia que lo acoge?
«Famil», enunciaba Lacan ya en 1969, indicando por la sustracción de dos letras que algo falta en el Otro. Si el significante «familia» genera desde hace siglos la idea de un orden natural, nuestra época nos abre los ojos, el Otro es incompleto, inconsistente, se escapa constantemente. ¿No es esto lo que estamos presenciando a nivel mundial, donde los nuevos semblantes de familia se presentan en una variedad casi infinita (hogares reconstituidos, hogares monoparentales, hogares homoparentales…)? Sin embargo, la célula familiar se mantiene firme, pero se estructura sobre todo en torno al niño, en cuanto que este indexa un goce. Como destaca Éric Laurent, el niño es «el objeto a liberado», es decir que el niño «es […] el objeto a, va al lugar de un objeto a»[2]. Daniel Mendelsohn experimentará de forma singular esta positividad fundadora encarnada en el recién nacido. Extraerá las consecuencias inventando una nueva versión del padre, no como el que hace de una mujer la causa de su deseo, sino como el que aloja a un hijo en ese lugar, una nueva constelación que polariza el curso de su vida.
A lo largo del libro, Daniel describe el singular retrato de familia que forma con Rose, la madre de Nicholas. Daniel es homosexual. Aunque Rose no es su amante, y el niño no es suyo, acepta representar para el niño «un modelo masculino».
Más allá de la figura imaginaria a la que supone que debe prestarse, Daniel se comprometerá, en primer lugar, porque ve en Rose a «una gran madre», una mujer que «sabe cómo funcionan las cosas… desde los condimentos para cocinar, las flores o la amistad»[3]. Rose es matemática y tiene rasgos de su propio padre, un padre cuya búsqueda y memoria lo atormentan[4]. Rose ocupa un lugar especial en su vida, sabe lidiar con el mundo y sus ficciones.
Aunque Daniel se prepara para el parto, buscando con Rose el nombre del futuro bebé, del que tiene la certeza de que será un varón, es después del nacimiento cuando todo se precipita: «Habían pasado unos treinta minutos desde que el niño había sido literalmente recortado del cuerpo de la madre, y unos minutos menos desde que yo había cortado los rastros de su vínculo anatómico con ella, pero ya podía decir que todo iba a ser diferente.»[5] El acontecimiento produce un corte instaurando una falla radical en su vida: «una vez que llegan a tu vida, la alteran, imperiosamente. Te desplazan en el orden de las cosas […] Curiosamente, lo único en lo que podía pensar, mientras caminaba junto a este bebé, era […] que él seguiría vivo cuando yo ya no.»[6]
La experiencia de una paternidad que anuda lo real del encuentro con el niño, el anclaje en la sucesión de generaciones y la imagen de un padre, le da acceso a una identidad que le revela el Uno en lo que le es más singular: «La narración de L’étreinte fugitive es la historia de cómo decidí, o de cómo pude finalmente ver algo de mí mismo, resolver esos elementos, esos fragmentos de mi vida: el lado judío, el lado gay, el lado especialista en literatura clásica»[7]. El «lado judío» está vinculado a la cuestión de su filiación con los miembros de su familia desaparecidos durante el horror de la Shoah, de la que buscó el rastro hasta el punto de estar más familiarizado, dice, con los rostros de los muertos que con las siluetas de los habitantes de su edificio. En cuanto al «lado gay», lo refiere a una dimensión del doble, de la que tuvo muy pronto la revelación. Con una escritura afilada, Daniel hace vibrar su «deseo de los hombres» para descubrir «la repetición»: «así es como pasa con los chicos que desean a otros chicos, el espejo frente al otro espejo, el paso infinito del mismo se reproduce tantas veces que crea la ilusión de la multiplicidad y de la elección y, finalmente, de la diferencia»[8]. El nudo que lo une a su hijo, por el contrario, ciñe un real. Allí se encuentra el misterio de una existencia, de una alteridad que no puede reducirse a la imagen de lo mismo: «confirmar o recuperar […] los rasgos que nos recuerdan algo; con Nicholas aprendí que eso no es posible con los niños. Son irreductiblemente ellos mismos, supremos en su propia diferencia.»[9]
Es en este punto que se aloja un deseo de ser padre, cuando el niño pone límite a aquello que, de la pulsión de muerte, puede desencadenarse en un destino. Se trata allí de un deseo singular que se opone a una norma que sería válida para todos y que se cumpliría bajo la autoridad del Nombre-del-Padre[10].
Fotografía: © Von Thau Philip : https://www.facebook.com/philip.vonthau.7
[1] Mendelsohn D., L’étreinte fugitive, Paris, J’ai Lu, 2018 (primera edición en inglés, The Elusive Embrace, 1999), p. 140.
[2] Laurent é., «Las nuevas inscripciones del sufrimiento del niño», El niño y su familia. Diva, Buenos Aires, 2018, p. 71; para la fórmula del «objeto a liberado», cf. Lacan J., El seminario, libro 16: De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 268.
[3] Mendelsohn, D., L’étreinte fugitive, op. cit., p. 140 & p. 161.
[4] Sobre este punto ver Mendelsohn D., Una Odisea –Un padre, un hijo, una epopeya, Seix Barral, 2019.
[5] Mendelsohn, D., L’étreinte fugitive, op. cit., p. 157.
[6] Ibid.
[7] Entrevista para la revista Booksmag: https://www.youtube.com/watch?v=Bv3YjsHtUOo
[8] Mendelsohn D., L’étreinte fugitive, op. cit., p. 101
[9] Ibid., p. 190.
[10] Cf. el texto de Hélène Bonnaud, cuya lectura me ayudó a precisar mi trabajo, «¿Nombre-del-Padre?», Blog Pipol 10: https://www.pipol10.eu/es/2021/01/20/nombre-del-padre-por-helene-bonnaud/